sábado, 21 de diciembre de 2013

Ília.

En mis recuerdos veo a la aldea, como una gran masa de casas a medio construir, llenas de pobreza, llenas de tristeza y miedo. Pero había más, mucho más. Había vida más alla del hambre, de la miseria, de la maldad y de la suciedad. Había árboles, muchos árboles. Éste es el otro recuerdo que tengo de la ciudad. Los árboles y las ruinas formaban un entresijo de callejuellas sin salidas, y de calles sin nombres, tan sólo apodadas según el gremio de artesanos que vivieran, la hiedra cubría la mitad de las casas derruidas, y la otra mitad de la aldea descubierta de hiedra era porque ni siquiera ella se adentraba en semejantes suburbios. Las raíces de los árboles se confundian con los cimientos de las casas, y dificultaban el paso de  caballos y personas. Mi madre siempre me dijo, que yo no aprendí a andar, sino a saltar. Saltaba, evitando las raices, me aprendia los saltos que daba para llegar a mis destinos. Desde el palacio hasta mi casa había 156 saltos, y desde mi casa hasta el palacio 192, pues nunca volvía por el mismo lugar. Extrañamente no me acuerdo de los pasos que había desde mi casa hasta el río, pero sí de los que había desde el río hasta mi casa, y eran exactamente 38 saltos. Atentos, pues ya contaré la extrañeza de esta inusitada rareza.
Los árboles eran todos castaños. No había ni un naranjo, ni un manzanos, y ningún platanero. Y auqnue en mi infancia disfruté de las castañas, nunca pude probar una sola naranja hasta que tuve 16 años. Mi ciudad era un más de Kunkin, cómo se llamaba la comarca donde vivíamos. Y el país llamado Asracelo, según luego descubrí, se dividia en cindo comarcas. Kunkin situada al Norte del país, y donde solía hacer más frio. Atasni, la segunda comarca, estaba al Oeste, y allí reposaban multitud de minas de Sal, y de cordilleras de imposibles formas. Sansún estaba al Sur, y gozaba del privilegio de buen tiempo durante todo el año y de alcantilados y bahías llenas de ccastillos. Y por último estaba Garilde, el nombre de mi juventud, llena de ríos y bosques  de pinos.
Los castaños  se situaban al principio y al final de cada calle, aunque solía haber más en mitad  de la calle si ésta era larga. Existe una leyenda que dice que hace muchos, antes de que Los Duques llegaran a mi aldea, Ília, se sucedia una guerra entre Kunkin y Atasni, por la posesión de las minas de Sal. El rey que regentaba Ília, llamado Selenio II mandó plantar castaños en cada calle, con varios propositos. Unos dicen que eligió castaños porque era el árbol preferido de su esposa, y otros dicen que era una táctica para esconder a la ciudad para que los Atasnianos confundieran los árboles con un bosque en vez de con la ciudad. Cuando yo era pequeña no había tantos árboles, pero la gente más mayor dice que en cada casa había un árbol, que crecia con las raices debajo de los cimientos, con el tronco como pared, y las ramas como tejado. La historia cuenta que gracias a los árboles, nos escondimos de los Atasnianos, y Ília fue la única ciudad superviviente de la maldad de estos vecinos.
A mi me gustaba pensar que Selenio mandó plantar aquellos castaños, en regalo a su esposa. Y también me gustaba pensar, que siempre llevé el olor a castañas asadas en mi piel, aunque siempre estuve equivocada.


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