miércoles, 9 de abril de 2014

Beacoup.

A veces sólo necesitas cambiar. Cambiar de esa forma drástica, esa que nos hace vestirnos de negro, teñirnos el pelo y ponernos pirsins. Y otras veces sólo necesitamos ser nosotros mismos. Tenía dieciseis años y acumulaba tintes en el cajón del baño, escondía las faldas cortas debajo de la cama, y el pirsin falso del labio siempre estaba en mi  bolsillo derecho del pantalón, preparado para que lo usara en caunto saliera de casa. No era rara, ni friki ni gótica ni marginada  ni social. Era la chica ddel quinto piso que vivía en el séptimo cielo de su imaginación. Con catorce años experimenté mi primer cambio, y no, no me refiero a que me creciera el pecho o que de repente mi cuerpo decidiera dejar atrás mi figura infantil, me refiero a aese tipo de cambios que hacen que todo en lo que crees, se detruya. En cierto sentido los catorse son los años más horribles (o al menos lo fueron para mí) pasas a la ESO, tu cuerpo empieza a cambiar, tus hormonas se revolucionan, te aburren las muñecas y el Nintendogs, y empiezas a buscar chicos. Chicos. El mundo y los chicos eran algo tan desconocido para mí que cada vez una persona del sexo contrario me hablaba no podía evitar ruborizarme. Así que a falta de experiencia, me enamoré del Don Juan de la clase. Es decir, del malote, del guapo, del orgulloso y el irresistiblemente cuerpo en desarrollo de un precioso chico moreno de ojos azules.
Así que sí, puedo decir que estuve enamorada del rompecorazones más cruel que jamás he conocido. Pero no importa ¿Verdad? Al fin y al cabo ya lo había superado, ahora era una chica de dieciseis años, concentrada en sus estudios, sus amigas y en sus libros. No hay más ciego que el que no quiere ver. Lo había superado, por supuesto que sí, no quedaba ni rastro de amor en su miedoso corazón. Pero cómo diría Elizabeth Bennet "Podría olvidar su orgullo si él no hubiera herido el mío propio"Así que no, Ginebra estaba herida en su orgullo, y la colisión con el mundo real fue tan fuerte que los miedos aprovecharon y se colaron dentro de su ser. El mundo se rió de ella, y ella no pudo por menos que decidir que no era chica de hombres.
Pero los chicos son chicos, y son como luciérnagas, (puñeteras hasta que encuentran la luz) y ella se rindió a los hombres. Y de neuvo la experiencia fue tan desastrosa que decidió que no era una mujer hecha para el matrimonio. Digamos sencillamente que su primer beso no fue de su agrado. No encontró nadad e romanticismo en un puñetero ático con vistas a Madrid, y no encontró nada atractivo en lenguas con sabor a mostaza. (Realmente asqueroso, os lo aseguro xddd).
Ginebra quería una buhardilla en la sierra, un gato con ojos amarillos, y una silla que se balanceara. Quería hacer fotos hermosas, y una organización de mujeres feministas. Ansiaba tener un jardín y una huerta, pero su sueldo de editora no le daría para tanto. Quería una biblioteca llena de clásicos y de cuentos infantiles, con muchisimas películas sobre detectives, y un cajón lleno de DVDs de Disney.

Pero la vida seguia. Y ella no quería defraudar a su familia. Ella era una niña buena, con buenos modales y un futuro esperanzador. Sus padres no querían que llevara un pirsin falso en el labio, ni querían que vistiera de negro. Pero lo que  más miedo le daba a Ginebra eran aquellas cosas que ocultaba para no defraudar a su familia.  ¿Qué pensarían sus tíos de su amor inconfesable? ¿Qué harían? ¡Qué verguenza! ¿Sabía su familia de sus gustos, de sus experiencias, de sus amistades, de su vida más de lo que ella contaba en casa? ¿A quién llamaba Ginebra mejor amiga, y a quien llamaba  amor?
Por su familia sería capaz de olvidar sus deseos de estar sola el resto de su vida, de no formar un matrimonio, de tener hijos. Pero en el  fondo no quería. Y era el miedo. El miedo a que la rompieran el corazón. El miedo a desencadenar una tormenta con su dolor. El miedo a tener mala suerte.

Era simplemente, miedo a amar.

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