lunes, 10 de febrero de 2014

Sueño del 7 de Febrero.

Voy a ser atrevida y a escribir un sueño, enfatizaré en la palabra sueño porque le he visto con los ojos abiertos, con la música a tope, y con la vana esperanza de que se haga realidad.
(Breve parentesis, Mi madre está volviendo a reír, mi padre ya ha llegado, y estoy más unida que nunca con mi hermana)
"Dormida. Creo que estaba dormida, o sino, en ese estado de vigilia y de somnolencia en el que te enteras de que te acarician la espalda pero no eres consciente ni de quién ni de por qué.-Subía tu mano desde mi cadera hasta mi espalda, no saber si era suave, áspera o sudorosa, saber que era tu mano, y saber que dejabas un río de lava con tu sendero arriba y abajo. No hace falta decir que no llevaba ropa, ni hará falta decir por qué estaba en una habitación desconocida, ni qué se había escuchado hacia apenas una hora. Aunque lo del tiempo se convirtió en algo relativo y escurridizo cuando me desabrochaste el primer botón de la camisa.  Y ahí estábamos los dos, yo con la sabana haciendo de enredadera por mi cuerpo y tú mirando por la ventana. Yo dormida y tú más despierto que nunca. Bajaba tu mano por mi cadera, se apagaba mi inocencia, subía tu mano por mi hombro y mordía mis labios.
 Y volvía a bajar tu mano                                                                                                  
y volvía a subir                                                                                                                             .


Y una y otra vez. Una y otra vez.
 Y entonces me volví a despertar. Porque fue como si volviera a nacer, nacer llena de vida, de amor, de lujuria y desesperación. Nació todo mi cuerpo al ver el tuyo, nació toda mi mente al saber que había sido tuya. Simplemente quise nacer de nuevo, y lo hice, hicistes que naciera. "Tienes fuego" dije, y aunque parecia una afirmación era también una pregunta. Y él me miró, como miran los amantes, cómo miran los ingenuos, y los pícaros, miró timidamente, y miró con avidez, miró por todas esas cosas, y esas cosas se hiceron llamar su nombre. "En el cajón" calló mi boca, literalmente; hizo que me acordara de esa frase pronunciada apenas hacia una hora, cuando, bueno cuando, pues cuadno pasan esas cosas que mi timida inocencia no quiere pronunciar. "No fumes aquí" dijo. "¿Por qué?" Me levanté, (creo creer que no estaba desnuda, aunque sí) y me apoyé en la repisa de la ventana, y ví cómo el hombre del acordeón tocaba, moviendo sus ágiles dedos cómo  lo había hecho él aquella noche, cómo quería haberlo hecho yo. Él no me dejó asomarme más, me apartó y me sentó en la repisa, lejos de él, cómo si fuera peligrosa, cómo si no quisiera volverme a tocar (por lo que pudiera pasare). Encendí el cigarrillo, y fumé. Inhalé su aroma, y el humo, y aunque era una mezcla asombrosa, prefierí no haberlo hecho por que ahora el humo siempre estaría vinculado a él. Y vimos amanecer Paris. Vimos las calles montarse, a los gatos maullar, y los vagabundos dormir. Vimos nuestra presencia en cada prostituta, vimos nuestra imagen en cada vestido corto, y nuestras ganas en el café con sal del borracho. Volví a la cama, y me tumbé, y fumé hasta que me olvidé de lo que realmente era adictivo, hasta casi no ver su presencia por la humareda. Hasta casi, olvidarme. Y él se sentó en la única silla de madera, y cogió su paleta de colores tristes y me dibujó. Y modeló mis curvas en el óleo, dibujó mi labios sangrantes, y las sabanas, seductoras, agarrandose por entre mis piernas. Me retrató sin vestir, y no por eso desnuda, sin más riqueza que la simpleza y si más recursos que un viejo pincel. Escondió mis piernas bajo la pálidezz de los rayos del Sol, y alumbró mis senos, brazos, y cuello con el resplandor de el rayo de una tormenta, trazó mi cara con defectos, mis lunares y mis pomulos rosados. Y después, y no por ello más tarde, pintó mi pelo. Pelo que caía en ondas por mi espalda y senos, el cual jugueteaba por mi cuello, y quien buscaba un reposo para tan salvaje expresión. Cabello que se enredaba en mi sonrisa y la tapaba, pelo, que brillaba como el claro de luna y parecia sonar cómo la melodia de su mismo nombre. Pincelada trás pincelada llegó a mis ojos y los cegó de color, pintó en ellos a una prostituta, no barata, pinto en ellos a su modelo, y a su musa. Pinto en ellos a su adulera mujer. Pinto en los dos, lagrimas resbaladizas, que no sabían expresar felicidad ni tampoco melancolía. Y después de pintar, dejó el pincel en la mesilla, llegó hasta la cama, y por qué no decirlo, me amó."


 

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