lunes, 17 de febrero de 2014

Jimena y las margaritas.

Y me presento aquí con una hoja de papel blanco, y empiezo a pensar, pensar en mi vida, pensar en las estrellas, y pensarr en la bonita pareja que hacen la Luna y el Sol, cuando por el día la Luna sólo es la sombra de lo que fue, y cuando por la noche el Sol esconde sus rayos entre los celestes labios de su soledad.
He estado pensando, como cada atardecer por la ventana, mirando el mundo vestir sus galas naranjas y rosadas, observando el movimiento de las hojas con el leve susurro del viento y oyendo cómo las nubes se mueven poquito a poco acumulando agua en sus sobrecargados estómagos, y cómo luego con una sonora carcajada desprenden todo el cotenido de su estómago haciendo crujir al tiempo que, retardado, espera en la esquina a que amaine la risa.
Estábamos en la esquina el tiempo y yo, cuando decidieron las nubes dar por acabada su comedia, cuando el viento dejó de maullar haciendo enloquecer a los pájaros, cuando la hierba se quedó quieta y cuando el Sol dejó caer sus lagrimas, cuando abrí mi chaqueta para sacar rapé, decidió el tiempo que ya era hora de salir a bailar. El tiempo con su alargada sombra y sus más alargados y afilados miembros bailó una pieza de claqué haciendo resonar sus pies desnudos como si éstos llevaron zapatos,  cogió de la mano a la dulce joven que arropaba a Venus y la sacó a bailar. Primavera se movió, escandalosa, enloquecida, furiosa y atrevida y desprendia de su largo manto verde pequeñas margaritas que deshojaba Jimena con temor. Una la decía que sí, y la siguiente que no, y la siguientes dos sí y las tres siguientes no. ¡Y se lamentaba tanto, Jimena, de las margaritas que le negaban el amor que las tiraba al suelo y las pisoteba mientras decía, "Mala mala, eres maquiavolicamente mala"! Pero después, arrepentida, recogia los trozos de la flor, cómo si de su propio corazón roto se tratara y las mecia entre sus blancas manitas susurrando "Buena, benévolamente buena". Y seguia la dulce Primavera bailando claqué con el Tiempo cuando El hombre Naranja la vio. ¡Mentira, mentira! No la vio, la miró con no disimulada atención con las mejillas sonrosadas y el pecho galopando en su corazón ¡Digo! El corazón galopando en su pecho ¡Pero es que no sabía ni cómo ni el por qué, de esa extraña reacción! ¡No sabía donde estaba su cuerpo ni su corazón cuando la miro!
El hombre Naranja paseó alrededor de la dama, y daba vueltas y más vueltas, y era él ahora quien se ocupaba de mover las agujas de su propio reloj, aquel que tenía los días contados. Se sumaba una hora al reloj y una parte de su cuerpo moría de amor. Ya no era tiempo el tiempo que sentia, ya no eran los días los que importaban sino los minutos que la miraba bailar. Así fue cómo la Primavera se sintió molesta de sentirse observada, y perdia el compás cada ocho pasos, y daba seis en vez de siete, ¡Y siete en vez de ocho! ¡Y perdia el control de las maragritas que desprendia su pelo, y Jimena recibió más dosis de amor de las que verdaderamente le tocaba!  
 El tiempo, veía, celoso, cómo miraba Naranja, y desplegó sus oscuras alas y dejó de bailar. Sus alas se alargaron y alargaron hasta que perdió el sentido de la dirección de éstas. Y cuando creía haber perdido el sentido, la cabeza, y los pasos de un silencioso baile vino un caballero con Nariz puntiaguda, gafas empañadas y pelo canoso a reclamar el tiempo que le debía. Y tiempo asustado, se enterró en su propia torre de incontables secunderos y descansó. Llegó el frío viento del Norte a reclamar las hojas, las rosas, las lagrimas del Sol y las flores. Descansó la fría escarcha, y los fríos lagos se congelaron, las rosas se marchitaron heladas, y las pobres negadas margaritas desaparecieron entre los puntos cardinales. ¡Y Jimena lloraba enloquecida, esperando, legando su ser a un espacio más oscuro, la pobre sombra de Primavera gemía de dolor al ver al caballero tomarla entre sus manos y encerrarla en su prisión! ¡Pero atentos! Alguien más entra entre las disputas del calendario y el espacio. Un desconocido, que dice llamarse Equinoccio, vestido andrajoso y con gorro gris, se acerca a la carcel mentirosa de Jimena, tiende su mano y... ¡Esperar! ¡Llegan por allí luces brilantes y de color escarlata! ¡Miles de ellas, agarran al Arco Iris, y le obligan a darle sus colores! Es de noche ¡Aurora no dejes salir tus colores que es de noche! ¡Prisa, aprisa! Jimena concentrada recibe el amor de Primavera, que huyó desconsolada, y consigue romper sus cadenas y liberar a un pequeño pajarillo. Pero el pajarillo tiene un pico afilado ¡El tiempo! y arranca de sus cuevas a los dos luceros de Equinoccio. ¡Ciego! Y Jimena llora, y vuelve a llorar, suplica, grita, susurre, y gime, y por fin desencadena una tormenta. En la cual el tiempo sale de su escondite y atrapa al canoso Caballero. En la cual Equinoccio lucha contra las estrellas, y se apropia de Aurora para salvar a Jimena.
Pero, ¿Dónde está Primavera? ¿Y el hombre de Naranja? ¡Sí allí están! recogiendo las margaritas verdaderas de Jimena, y luciendo sus desnudos en un cuadro de Monet. Esperan a ser vistos y entonces paran la tormenta con un abrazo.  Se funden sus brazos en el ser del otro, se funden sus labios en el tiempo del otro. Y susurran palabras no escritas, y hacen parar el tiempo, sin que éste deje de pasar. ¡Mirar allí! En la oscura cárcel, aprovecha el tiempo para escaparse, y aprovecha Equinoccio para salvar a Jimena.

Y luego todo volvió a la calma. El silencio calló, para solo óir como la sombra de la Primavera, Jimena, disfrutaba del Otoño con Equinoccio. Para solo oír como su ama también amaba. Y se sintió desdichada y triste, pues el Otoño no volvería hasta dentro de un año. Y equinoccio marcharía con él. Y asi fue, marcharon los dos, en justa compañía.
"Lloraba Jimena, lloraba, y su ama también lloraba, porque no le pertenecían esas margaritas que decían que sí, y lloraba y lloraba porque estaba encadenadad a la felicidad de su ama. Y estaba llorando cuando volvió el Equinoccio sin Otoño y con Primavera, y le regalaba así un único beso de amor.
El único beso de amor, que no le pertenecía a Primavera. Y el cual se sumaba año tras año y hacía más pequeña la soberbia de Primavera, y murió. Otoño se quedó sin su primvaera, y Equinoccio se quedó cin Jimena"

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