sábado, 22 de febrero de 2014

En el país de las maravillas.

Vivía, en presencia, pero no en espiritu, en un pueblo  cuyo nombre es tan dificil de escribir que lo obviaremos. El caso esque vivía allí una joven que, prisionera de sus desgracias, miraba a la ventana día y noche, y no importaba que el día fuera lluvioso, o que hiciera frío y sus manos se congelaran,  daba igual si era de noche y reinaba una oscuridad tan inmensa que a veces se pensaba que tenía  los ojos cerrados. A Alice le daba igual. .Y no por ello le dejaba de importar. Vivía en una casa llena de polvo, y el polvo siempre acompañaba a los retratos en cada pared o a los libros de las estanterias, y la acompañaba a ella en su quietud. Miraba por la ventana, y ese día era lluvioso. Lluviosos eran sus ojos al ver las gotas caer ¿Por qué lloran las nubes? gritaba su cabeza. ¿Qué razones tenían las nubes para descargar su tristeza? ¿Acaso ellas sabían del sufrimiento que sentía, que la encarcelaba en una prisión de locura? ¡Pero cómo ellas, podían llorar! Ellas, dichosas que eran ajenas a las penalidaddes humanas, ellas que no sabían nada acerca del amor, ni de la gloria, ni de la virtud, ni de la belleza, ellas que no sabían nada de ella se atrevían a llorar, ¡Si sus ojos estaban secos, era porque por fin había conseguido la estabilidad de la indiferencia! ¡No tenían ningun derecho las nubes de llorar, ella no lloraba y tenía más razones!
Así que ¡Llovía! gruesas gotas de agua que danzaban por el espacio y tinteneaban en la repisa de la ventana, su sombra y rastro alargados en el cristal, y mientras Alice veía cómo reía ella.
¿Quién es ella?
¡Graciosa preguntaba, como si la lluvia no la hubiera visto llorar miles de veces en su nombre!
Ella era un ángel. El mismo ángel de la melancolía. Que se reía deshinibada, con placer y fervor. Y brillaban sus grandes ojos con esperanza y extasis. Que olía a amanecer, a leche caliente, a malvas, a tilo, a perejil, a canela, olía a mujer. Y su olor se quedaba impregnado en Alice como si de su propio olor se tratara, la olía cuando no estaba su presencia. ¡Y aunque estuviera con ella horas nunca dejaba de notar su olor! La perseguía, la enredaba y la despojaba de toda claridad y anhelo.
La echaba de menos, pero se acomadaba al dolor. Lo esperaba con los brazos abierttos y lo abrazaba como si de un amigo se tratara, quería sentir dolor. Pues era lo único que la mantenia viva, y no en vida. Quería saber que vivía en una casa llena de cuadros, con las paredes a rayas y con cenefas, llena de fotos de sus viajes, llena de retratos color sepia de su abuela, repleta de momentos con bordes, embarazada, en Londres, en Moscú, en Finlandia, en Suiza, en Grecia, llena de fotos de niños con pocos dientes y ojos color esperanza.
Estaba llena de estabilidad, de un hombre, de un hogar, de una carpeta llena de folios, de lloros a medianoche, de carcajadas, llena de juguetes por el suelo, y de entradas de museos en los libros de historia, llena de marcapaginas en las libros de ficción, estaba llena de amor, y el amor entraba en ella y la hacia relucir con un brillo no visto antes.
La última vez que la vi, se estaba tomando un café en la cafetería de la esquina mientras que miraba un folio como quien mira a un hijo, y removia la cuchara del café, y cortaba tortitas con nata y posaba la mano en su tripa.
Y sin embargo el último recuerdo que tengo de ella, es en la montaña, con botas y un macuto que parecia llevarla a ella y no al revés.

Pero la pobre Alice, ay, qué desdichada era ¿Verdad? Que no se daba cuenta de que había perdido su propia vida, esperando que ella hicera la suya. Había perdido la cordura, la esperanza, e incluso el amor. No se daba cuenta de que los recuerdos que tenía de ella, no eran más que sueños de infancia, sueños de lo que le hubiera gustado vivir. No se daba cuenta de que ella, su mujer, reposaba dormidita bajo un tilo, y que las raíces del árbol se alimentaban de ella, y estas a su vez a Alice.
Nunca, nunca, se dio cuenta de que enloqueció pensando que era feliz, y que eso no era cierto, que ella solo estaba muerta, muerta, y muerta y tres veces muerta.


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