El rotulador colgaba,
sujetado por una cuerda, del calendario. Éste tenía los días tachados y notas
de citas de médicos o fechas de cumpleaños. Con ilusión cogí el rotulador y
taché el día dieciséis, el día de hoy. Dieciséis de Septiembre. Con aprecio me
llevé la mano al vientre y me lo acaricié con la intención de darle todo mi
amor al bebe que dentro de ocho meses nacerá de mí. Un portazo me interrumpió,
mi marido al fin había llegado a casa.
-Hola Anna. Ya he llegado. ¿Qué tal se encuentran mis dos
amores?-Sergio se acercó y me dio un tímido beso.
-Bien, hoy no he tenido ningún mareo, gracias a Dios. Ah por
cierto, llamó tu madre, llámala, voy a hacer la cena.
Me dirigí a la cocina mientras oía a los botones del teléfono
sonando. De cenar algo ligero, busqué en la despensa, cuando encima de la mesa
vi la lista de la compra y de repente me acordé que aquella noche venían mi
hermana y su familia a cenar. Qué cabeza, bueno esto se arregla en un periquín.
Saqué, pimientos, cebolla y carne picada
y me dediqué durante la siguiente hora a hacer albóndigas y unas patatas
fritas. Estaba poniendo la mesa cuando el timbre de la puerta sonó, secándome las
manos fui a abrir y una pequeña niña se abalanzó contra mí.
-Titaaaa.-La niña, mi sobrina. La cogí en brazos y la llené
de besos.
-¿Qué tal se encuentra mi pequeña sobrina?
-Bien, mira, mira lo que me ha comprado papito.-La pequeña sacó del
bolsillo de su peto un pony rosa, con una muñeca Barbie montada encima.
-Alaaa-Grité entusiasmada-Qué bonito. Ahora juego contigo,
pero tengo que hablar antes con mama ¿Vale?
-Hola Anna –Mi hermana me dio dos besos- Mmmm qué bien
huele. Albóndigas de mi hermana, uh adiós dieta.
-Calla, tonta qué dieta ni que nada, tú estás bien.-Mi
hermana pasó al salón, y Peter, mi cuñado me dio otros dos besos. Después de un
saludo y preguntar por el trabajo, pasó también al salón y empezó a charlar con
Sergio. Me quedé en la puerta mirando la cariñosa estampa que e repente se
protagonizaba en mi Salón y un pensamiento paso por mi cabeza “Falta Mama” Un
punzada de dolor, me sobrecogió recordando que ya mama no podría venir nunca a
mi casa aunque ni siquiera la conociera, porque desde hace tres años sus cenizas están divagando por el
Mar, ya convertidas en nada. Me sobrepuse y entre sonriente también al salón,
ordenando que todos se sentaran en la mesa. Sergio me cogió por detrás y me
susurró:
-¿Cundo les decimos lo del embarazo?-Le sonreí.
-En el postre.
-Estoy de acuerdo, pequeña.
Comimos tranquilos, bueno al menos eso aparentaba yo, los
nervios me carcomían por dentro, y las ganas de decirlo me ponían más aún.
Llegados al postre, Sergio dijo:
-Bueno, yo no aguanto más. Familia tenemos una noticia muy
importante.-Por debajo de la mesa me cogió de la mano, y me apretó, incitándome
a decirlo.
-Estoy embarazada.-Dijé, y mis nervios se fueron. Mire a mi
hermana, que sonreía y una lagrimilla la surcaba la mejilla. Se levantó y
empezó a dar saltos.
-Annaaa, no me lo puedo creer, pero ¿hace cuanto os
enterasteis?-mi hermana me abrazaba muy fuerte pero después aflojó recordando
mi estado. Pasé de abrazo en abrazo, y después Sergio me cogió de la cintura
con ternura.
-Desde hace dos meses.-La euforia no paró, alegrías, sonrisas,
consejos. Todos estábamos contentos. Y al fin a las dos de la mañana y con la
pequeña en brazos, salieron de casa, con una alegría más y un futuro sobrino.
El día siguiente, había quedado con unas amigas del
Instituto, así que me arreglé y cogí el
Autobús que me llevaba a la cafetería donde habíamos quedado. El Autobús estaba
lleno y no había sitio, entonces pensé que dentro de unos meses alguien me
cedería el asiento al ver mi tripa de embarazada. Sonreí. Me encontré ya con
mis amigas, desayunamos y fuimos al Centro, paseamos por Sol y bajamos por Gran
Vía, acabando en un pequeño restaurante cercano. Les di la notica de mi estado
y se alegraron, estuvimos charlando sobre aquello toda la tarde. Desde que supe
que estaba embarazada todo se centraba
en eso, en el bebe, y en el futuro. Y por primera vez me dio miedo, miedo de no
saber cambiarle el pañal de no educarle como debe ser, de no tener un ejemplo a
seguir. Mis miedos pasaron ante mí, y cada vez más triste y aterrorizada, me dirigí
a casa. Ya en casa, sola empecé a pensar. Que últimamente echaba más de menos a
mi madre, la tenía en mente todo el
tiempo. Y saqué todos los álbumes de foto de las vacaciones, de las escapadas
de fin de semana. Y ahí estaba ella, tan joven, sonriente, sin miedo, sin saber
que dentro de unos años la muerte estaría con ella, sentada en el mismo banco,
compartiendo la misma pena. ¿Cómo lo hizo? ¿También ella tuvo miedo cuando
estaba embarazada? La necesitaba. La quería aquí conmigo. Cerré los ojos y me
imaginé a mi madre, a la mujer que era antes de ser madre, porque a veces
olvidamos que los padres son hombres y mujeres antes que padres. Y con mi
madre, traje al recuerdo a mi padre, a ese hombre alto, a ese hombre que amó a
mi madre durante toda su vida, y que conoció a la muerte antes que mi madre.
Ese hombre que bromeaba constantemente, que era cariñoso con sus hijas, que
estaba orgulloso de su familia. Y las lagrimas vinieron a mí, y lloré, con cada
lagrima una imagen de mi infancia venía a
mi mente, ¿Cuántas veces habría soñado yo con decirles que estaba
embarazada, que iban a tener un nieto? ¿Cuántas
veces habré visto a mis padres besándose, deseando que ellos también me vieran besándome
con mi marido? Que ya no podéis ver mi cara, ya no podréis verme criar a este
nieto que os hubiera encantado conocer, que ya no podréis ver, esta casa que se
ha convertido en mi hogar, que ya no podréis verme feliz, acunando a mis hijos.
Ya no podréis verme ni ahora ni en veinte años. Y lloré, lloré porque la muerta
están injusta, tan repentina, que no dije Te quiero al salir de casa aquella
fatídica tarde. Que no me pude despedir.
A mis padres, mis ejemplos a
seguir. A mis tíos, mi segundo hogar, a mis planes de futuro con ellos, que
ahora están rotos, y se harán realidad sólo que con personas diferentes.
*Al cabo de ocho meses, en un hospital*
Una pequeña niña de ojos achinados, pelo rubio y minúsculo cuerpo.
Había traído al mundo una niña, una niña preciosa. Que ahora acunaba Sergio, y
le sacaba la lengua mientras la bebe sonreía, cómo solo pueden hacerlo los
bebes.
-Es preciosa Anna. –Y miré de nuevo, a ese hombre que había
jurado amar hasta que la muerte me llevara consigo. Me besó tierna y
delicadamente, y se sentó en la cama conmigo.
-¿Cómo se va a llamar?-Preguntó. Pensé, y de repente al mirarla
se me ocurrió el nombre ideal. Para ella, para mi hija, nuestra hija.
-Wendy-Susurré, cogiendo en brazos a la pequeña.
-¿Wendy? ¿Por qué?
-¿Recuerdas el libro de Peter Pan?
-Sí.
-Es la chica de Peter Pan, el niño que no quería crecer.
Tenía miedo a ser mayor, y se llevó a Wendy consigo esperando que ella tampoco
creciera. Pero Wendy quería crecer, no quería ser un niño toda la vida. Wendy entendía
la magia y la felicidad de ser niño, pero también deseaba ser mayor, deseaba
ser una mujer elegante y femenina como su madre, lista e inteligente como su
padre. Deseaba, pasear un carrito por la ciudad, deseaba asistir a galas y
fiestas colgada del brazo de su marido. Deseaba envejecer con la ciudad, con su
familia. Después de todo, ella podría volver a ser un niño.
-¿Cómo?
-Teniendo hijos, y convertirse en un niño cuando estuviera con
ellos.-Mis miedos se desvanecieron, mi hija se llamaría Wendy, porque yo al
igual que ella entendí de una vez, que queremos crecer para ser como nuestros
padres, porque al fin y al cabo siempre llevamos un niño dentro de nosotros.
-Tienes razón, además tiene cara de Wendy.-Me volvió a besar,
y así los tres juntos empezamos una historia nueva, solo que no solo estábamos tres
personas en aquella habitación. Mis padres y mis tíos también estaban allí, en
mis recuerdos, en mi cabeza, conmigo, para siempre.
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